[et_pb_section bb_built=»1″][et_pb_row][et_pb_column type=»4_4″][et_pb_text]
Imagina que sientes fatiga extrema al realizar tareas cotidianas, dolor localizado en puntos “gatillo”, espasmos y rigidez muscular. Que tienes alta sensibilidad al dolor, al calor y a las luces brillantes. Además sufres dolores de cabeza, insomnio y/o ansiedad, problemas intestinales… Así se sienten las personas que padecen fibromialgia.
Es una enfermedad difícil de diagnosticar que afecta a entre el 3% y el 6% de la población.
Un estudio realizado en EEUU (1) mostró que el 40% de las personas desarrolló alguno de estos síntomas tras sufrir una lesión cervical, y un 31% tras una lesión en la parte inferior de la columna. Una vez recuperada la lesión los síntomas continuaron.
Tratamiento convencional:
El tratamiento suele combinar medicamentos, antiinflamatorios, analgésicos, antidepresivos, terapia física, consejos y grupos de apoyo.
Resultados quiroprácticos:
La fibromialgia hace que los músculos se contraigan y pierdan parte de su flexibilidad natural, causando una disminución global de movimiento en la columna. La pérdida de movimiento de la columna vertebral es un reflejo neurológico que causa que los músculos se contraigan aún más. Este círculo vicioso continuará y con el tiempo dará lugar a un aumento del dolor, opresión de los músculos, pérdida de movimiento, mayor dificultad para dormir y aumento del número de puntos gatillo.
El cuidado quiropráctico es importante para aquellas personas que sufren de fibromialgia ya que ayuda a prevenir la pérdida de movilidad de la columna vertebral y los músculos. El especialista quiropráctico trabaja para que la comunicación entre cerebro y musculatura esté al 100%. Favoreciendo que los músculos funcionen correctamente se ayuda a que la persona sienta alivio muscular, mejore su movilidad y su salud en general.
Referencias:(1) Hug A. Smythe, “Nonarticular Rheumatism and Psychogenic Musculoskeletal Syndromes”, in Arthritis and Allied Conditions A Textbook of Rheumatology, 11th Ed., Daniel J. McCarty editor, Lea & Febiger, 1989, pp. 1241-1254
[/et_pb_text][/et_pb_column][/et_pb_row][et_pb_row custom_padding=»50px|||» _builder_version=»3.0.106″ global_module=»3582″][et_pb_column type=»4_4″][et_pb_divider global_parent=»3582″ color=»#e0e0e0″ show_divider=»on» height=»10px» _builder_version=»3.0.106″ max_width=»15%» module_alignment=»center» custom_margin=»||10px|» custom_padding=»|||» /][et_pb_text global_parent=»3582″ _builder_version=»3.0.106″ header_3_font_size=»18px» text_orientation=»center» header_font=»||||||||» header_font_size=»22px» header_2_font=»||||||||» header_2_font_size=»22px» header_3_font=»||||||||»]
¿Cuándo fue la última vez que te hiciste un chequeo quiropráctico?
Contáctame para un estudio quiropráctico completo
[/et_pb_text][et_pb_button global_parent=»3582″ button_url=»/contacto/» button_text=»Contactar» button_alignment=»center» _builder_version=»3.0.106″ custom_button=»on» button_text_color=»#ffffff» button_bg_color=»#000000″ button_font=»||||||||» /][/et_pb_column][/et_pb_row][/et_pb_section]